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Asinara, una isla con alma
La primera es de Paolo Borsellino: «Quien tiene miedo muere todos los días, quien no tiene miedo muere una sola vez». La otra es de su amigo Giovanni Falcone: «La mafia no es en absoluto invencible. Es un hecho humano y, como todos los hechos humanos, tiene un principio y también tendrá un final». Este pasaje podría bastar para explicar por qué Asinara no es solo un Parque Nacional, pero también para decir que no fue solo una cárcel y que nunca podrá ser solo turismo. La isla, que pertenece íntegramente al municipio de Porto Torres (ocupa exactamente la mitad con sus 52 kilómetros cuadrados), es un lugar especial, porque es capaz de aunar historia, dolor y esperanza. Pero también medio ambiente y unas vistas fantásticas que, sin embargo, por sí solas no marcarían la diferencia.
Quizá no sea casualidad que los dos jueces-amigos llegaran a Asinara (cuando aún era una cárcel) en el verano de 1985 en busca de protección. Sus vidas y las de sus seres queridos corrían peligro, y el lugar más seguro para buscar protección era precisamente la isla prisión, donde estaban los capos y los líderes del crimen organizado.
En aquellas habitaciones de Cala d’Oliva, un pueblo con vistas al mar, con sus casas bajas y sus paredes blancas (que recuerdan mucho a Mediterráneo, la película de Gabriele Salvatores protagonizada por Diego Abatantuono), los dos jueces que después
serían masacrados por la Mafia redactaron la parte más importante de la sentencia del primer juicio masivo a Cosa Nostra.
Hay un alma dentro de la isla que une prisión y derechos, naturaleza e investigación, trabajo, economía y turismo. Los trabajadores despedidos por Vinyls, en la planta petroquímica de Porto Torres, también eligieron Asinara en febrero de 2010 para realizar una protesta original en defensa de su futuro: ocuparon las celdas de la antigua cárcel de Cala d’Oliva y montaron el reality show de “La isla de los parados”. Permanecieron en la antigua isla-cárcel durante aproximadamente un año; por desgracia, la protesta no terminó como esperaban. Los 88 trabajadores acabaron en el paro, pero esa experiencia es uno de los capítulos sociales que se añaden a la historia moderna de Asinara.
Desde el cierre de la prisión hace unos 27 años, el camino hasta la realización del Parque Nacional ha sido lento y complejo, como era de esperar. En cierto momento, Asinara se vació de su gente, los presos de las cárceles especiales y los libres que trabajaban con ellos. Solo les dividía su papel, su condición, porque al final todos eran «prisioneros» en cierto sentido, gobernados por los vientos que permitían o no a los barcos salir o entrar.
La antigua isla-cárcel fue un instrumento del Estado, el arma utilizada para intentar contrarrestar el terrorismo y la mafia. Y antes fue lugar de sufrimiento para refugiados y prisioneros deportados a la isla durante la Gran Guerra: en octubre de 1915, 24 mil soldados austrohúngaros fueron apresados por el ejército italiano en el puerto albanés de Vlorë y trasladados a Asinara.
Rebautizada como «Isla del Diablo», resultó inadecuada para albergar a un número tan elevado de prisioneros. Siete mil de ellos, algo menos de un tercio del total, murieron en los tres primeros meses de detención a causa de epidemias, el hambre y la sed.
Por eso hay que entrar en Asinara de puntillas, casi en silencio y con respeto. Porque no solo es un hermoso lugar donde investigar y estudiar especies extraordinarias, sino que es un hogar grande y frágil donde nadie puede olvidar los momentos vividos. De más de mil residentes (con servicios), Asinara ha pasado a tener poquísimos habitantes. Está el antiguo suboficial de la Policía Penitenciaria Gianmaria Deriu, que, al jubilarse, decidió quedarse en la isla y poner a disposición del Parque su experiencia y conocimiento de la zona. Es una especie de voluntario, en el sentido de que no recibe remuneración. Junto con el «escultor de Asinara», Enrico Mereu -también él antiguo policía de prisiones- permaneció en la isla. Recoge troncos de madera traídos del mar, así como otros materiales olvidados, y crea sus obras, que luego viajan por Italia. La última ha llegado a Asís: la estatua de San Francisco.
El verdadero compromiso del Parque Nacional de Asinara y del municipio de Porto Torres, pero también de la Región de Cerdeña (que es propietaria de las numerosas fincas diseminadas por la isla y muchas de las cuales necesitan ser reurbanizadas y salvadas) es mantener las piezas unidas. La historia, los personajes y los lugares preciosos. Asinara es un valioso cofre del tesoro.
Entre las muchas historias destaca la de Gianfranco Massidda, el último farero. Apenas tenía cuatro días cuando desembarcó en Asinara con su familia. De 1964 a 1986, el farero contratado «por oposición» permaneció allí con el mar meciendo sus sueños. Su historia se contó recientemente en el libro C’era una volta all’Asinara (Érase una vez en Asinara), escrito por Giampaolo Cassitta, durante años educador en la isla-cárcel hasta 1998.
Pero Asinara en su conjunto ha sido un «laboratorio de emociones» para quienes han vivido «fuera del mundo». Historias de vida y experiencias se pueden encontrar en el grupo público Affetti dal mal d’Asinara, una especie de gran abrazo que contiene a todos aquellos que han vivido o pasado por la isla de Asinara y nunca han podido quitársela de la cabeza.
En la actualidad se presta mucha atención al desarrollo. El Plan del Parque es fundamental. Los puntos principales son los relacionados con el papel de la zona contigua (en virtud del artículo 32 de la ley marco 394/1991), a la que pertenecen el municipio de Porto Torres y los demás del Golfo de Asinara (Stintino, Sassari, Sorso, Castelsardo y Valledoria). El objetivo es considerar cada vez más a Asinara como un «atractivo excepcional para todos». Es necesario definir los detalles de las poblaciones de Cala d’Oliva y Cala Reale (aprobados por el ayuntamiento de Porto Torres y el Parque), con el fin de hacer estos asentamientos habitables para una comunidad que esté presente todo el año y pueda ocuparse de la isla. Por ejemplo, debería compartirse la idea de receptividad difusa (organización y gestión de una oferta turística articulada).
Desde 1997 han pasado 27 años, y el municipio de Porto Torres tiene en su territorio un parque de 5.200 hectáreas con certificación europea de turismo sostenible en zonas protegidas. Y quizá debería ser precisamente ese el punto de partida para lanzar un nuevo proyecto de desarrollo que pueda cambiar las ambiciones y crear certezas para una ciudad que tanto las necesita.
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Foto Credits: Simona Ametrano